El Lunes de Pentecostés, celebramos la Memoria
Obligatoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.
"La gozosa veneración otorgada a la
Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión
sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura
de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la
vez, Madre de la Iglesia.
Esto estaba ya de alguna manera presente
en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y
de san León Magno. El primero dice que María es madre de los miembros de
Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en
la Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el
nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo,
Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la
Iglesia. Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su
íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.
En efecto, la Madre, que estaba junto a la
cruz (cf. Jn 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos
los hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a
la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo ha
engendrado en la cruz, entregando el Espíritu. A su vez, en el discípulo amado,
Cristo elige a todos los discípulos como herederos de su amor hacia la Madre,
confiándosela para que la recibieran con afecto filial.
María, solícita guía de la Iglesia
naciente, inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los
Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Con este
sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos,
con los títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de
los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también
«Madre de la Iglesia», como aparece en textos de algunos autores espirituales e
incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.
De todo esto resulta claro en qué se
fundamentó San Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, como conclusión de la
tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar a la bienaventurada
Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios,
tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa», y
estableció que «de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el
pueblo cristiano con este gratísimo título»."
Esta celebración nos ayudará a recordar
que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de
la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen
oferente, Madre del Redentor y de los redimidos.
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