En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus
lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco
eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en
cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo
tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que
llega el esposo, salid a recibirlo!»
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se
pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos
un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas».
Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay
bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo
compréis».
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que
estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más
tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos».
Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco».
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
Palabra del Señor.
Para ayudarnos a reflexionar, nos puede servir esta historia o fábula:
Cierto día, el fósforo le dijo a la vela: “Hoy te
encenderé”.
“¡Oh no!” -dijo la vela- “tú no te das cuenta que, si
me enciendes, mis días estarán contados; no me hagas una maldad de esas”.
“¿Entonces tú quieres permanecer así toda tu vida?
¿Dura, fría y sin haber brillado nunca?”, preguntó el fósforo.
“¿Pero tienes que quemarme? Eso duele y además consume
todas mis fuerzas”, murmuró la vela.
Entonces respondió el fósforo: “¡Tienes toda la razón!.
Pero esa es nuestra misión. Tú y yo fuimos hechos para ser luz y lo que yo como
fósforo puedo hacer es muy poco, mi llama es pequeña y mi tiempo es corto. Pero
si te paso mi llama, habré cumplido con el propósito de mi vida; yo fui hecho
justamente para eso, para comenzar el fuego. Ahora, tú eres una vela y tu
misión es brillar. Todo tu dolor y energía se transformará en luz y calor por
un buen tiempo”.
Oyendo eso, la vela miró al fósforo que ya estaba en
el final de su llama y le dijo: “¡Por favor, enciéndeme!”.
Y así produjo una linda y brillante llama. Así como la
vela, a veces, es necesario pasar por experiencias duras, experimentar el dolor
y sufrimiento para que lo mejor que tenemos surja, sea compartido y podamos ser
LUZ.
Recuerda que "mar calmado no hace buenos
marineros", los mejores son revelados en las aguas agitadas. Entonces, si
tuvieras que pasar por la experiencia de la vela, recuerda que servir y
compartir el amor es el combustible que nos mantiene vivos. ¡Eres la luz del
mundo y tu misión es irradiar esa luz!
Nunca olvides que siempre debemos ser luz. Una luz que
guíe, no que opaque o ciegue. ¡Brilla para dar mucho brillo! No te canses de
ser luz...
Domingo 8 de noviembre, Santa Misa en la Parroquia de San Juan Bautista, a las 10:30 y a las 12:00 h.
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