Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, la
parienta de la Virgen; santificado ya en la Visitación, se entregó a su misión
como Precursor; vivía con austeridad en el desierto, predicaba la verdad con
una fuerza que arrebataba, llamaba a todos a la conversión y a la penitencia,
logrando que la buena gente formara colas para ser bautizadas por él en el río
Jordán.
Herodes Antipas era por el momento
tetrarca, reinando en Galilea y Perea, desde que murió su padre. Un reyezuelo
sometido al poder de Roma. Su hermano Arquelao era rey de Judea, Idumea y
Samaría; también tributario de los romanos.
Otro hermanastro –solo hermano de padre–
es Filipo. Este fue muy mal visto por los judíos al enamorarse de su sobrina
Herodías y casarse con ella, por problemas de consanguinidad; vive en la
capital del Imperio, como oscuro particular.
Herodías, otro de los personajes
importantes, es nieta de Herodes el Grande y, por tanto, sobrina de Antipas y
Arquelao; por línea paterna, es también sobrinastra de Filipo, al tiempo que
cuñada de Herodes Antipas. Altiva, dominante, ambiciosa, goza con la intriga y
vive en fantasías de grandezas.
Surge la pasión de Filipo por ella y salta
la chispa porque Herodías está anhelante de poder. Lo tienen difícil para
casarse, porque también Herodes tiene esposa legítima y los rabinos judíos son
duros y exigentes en este asunto.
Pero Herodías abandona a su esposo, toma a
su hija y se va en busca de la fastuosidad y el boato. Cuantas más fiestas,
mejor se olvida la tensión, y una ocasión especial se presenta con el
cumpleaños de Antipas. Hace meses que lleva en la mazmorra Juan el Bautista. Se
le ocurrió decirle secamente y sin fisura al rey: «no te es lícito vivir con la
mujer de tu hermano». Herodías se molestó, no lo pudo aguantar y furiosa pidió
la cárcel para callar aquella voz molesta.
Conseguido el primer paso, forja un plan
para el cumpleaños, cuando todos estuvieran movidos por el licor y excitados
por el contorneo de su hija que ella se encargaría de motivar.
Presente la nobleza, los jefes militares,
los aduladores y los trepas; delante de todos los invitados la mismísima hija
de la querida del tetrarca -a la que Flavio Josefo llama Salomé- danza de
manera sensual. Se estremece Herodes y jura: «Te daré lo que pidas». La
consulta a la madre tiene una respuesta maquinada: «Ahora mismo, la cabeza del
Bautista».
Dice el Evangelio que Herodes tuvo pena; pero,
si la hubo, fue tan ineficaz como cobarde. Rodó por el suelo la cabeza y la
pusieron con mal gusto en un plato como regalo.
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