12
de octubre de 2018, fiesta litúrgica de la Bienaventurada Virgen María del
Pilar
Por
la secular tradición, España fue evangelizada por el Apóstol Santiago, en el
más bien corto espacio de tiempo entre Pentecostés y su muerte por espada
mandada por el rey Herodes –el hijo de Aristóbulo y nieto de Herodes el Grande–
en Jerusalén, en el año 44 de la era cristiana. Santiago el Mayor es uno de los
hermanos Zebedeo, diferente del otro Santiago, hijo de Alfeo, que menciona la
literatura neotestamentaria –recordado como Santiago el Menor– que gobernó la
iglesia de Jerusalén hasta su muerte en el año 62 y autor de la carta canónica
que lleva su nombre.
Vino,
dice la misma tradición, a España –como otros fueron a Siria o a Etiopía– para
poner por obra el mandato que Jesús les dio cuando marchó al Cielo, para
desparramar por el mundo su doctrina y bautizar a los que creyeran y se
salvaran. A pesar de ser Santiago uno de los temibles Boanarges, parece que
sufrió el terror del desaliento por el escaso fruto de su actividad como
predicador de la Nueva Buena salvadora. Por ello, a darle ánimos vino aún en
carne mortal la Virgen María. Le animó en el mal momento y le pidió que hiciera
una iglesia donde sería honrado su Hijo y Señor de todos, con la promesa de que
no faltarían creyentes –eso encierra como símbolo la columna– en la dura tierra
que el apóstol sembraba. Pocas cosas auguraban entonces que los descendientes
de aquella pobre y terca gente pudieran disponer en el futuro de uno de los
templos más visitados de la Cristiandad.
Las
dificultades para aceptar como verdadera y ciertamente histórica esta tradición
no han faltado ni son de poca entidad. Unas han nacido de personas que
estrictamente requieren la presencia formal de aquellos elementos que postula
la rama de saber que se llama Historia; otras dificultades provienen de quienes
están llenos de prejuicios racionalistas que, por principio, se cierran a todo
lo que tenga un presupuesto sobrenatural y convierten así sus conclusiones en
un modo de saber práctico pero corto, por limitar a lo experimentable la
verdad.
Solo
aparecen documentos escritos en pro de la tradición aludida a partir del siglo
IX. Antes de ese tiempo, todo es silencio en los escritores prolíficos Isacio,
Orosio, Leandro, Isidoro, Julián de Toledo; no hay mención alguna en la
liturgia mozárabe y silencia el origen del culto en el Pilar el mismo
Prudencio, que era del terruño.
A
partir de la segunda mitad del siglo IX se dispone de abundante documentación
que atestigua el culto dado a Santa María en el sitio del Pilar en la Hispania
celtibérica: donaciones numerosas a Santa María la Mayor de Zaragoza, bula del
papa Gelasio II concediendo indulgencias para reconstruir el templo destrozado
por el poder musulmán, los reyes aragoneses se ponen bajo su protección,
también lo hicieron Sancho el Fuerte de Navarra, el conde Berenguer de
Barcelona y un largo etcétera.
Cierto
que, en apéndice manuscrito del códice gregoriano catedralicio Los
Morales de San Gregorio Magno, se encuentra referencia de por qué en ese
sitio se da culto a la Madre de Dios, con un lenguaje poco verosímil aunque
encantador; se pensaba que el escrito era del siglo VI, pero la rica investigación
histórica arrojó agua fría a los defensores a ultranza de la visita de la
Virgen en carne mortal por datarlo, según criterios científicos, en el siglo
XIII y, por tanto, no viene el códice en ayuda de explicar el tiempo anterior.
¿Es entonces invento de hombres la antigua tradición famosa? La ligereza para
afirmarlo sería peligrosa sin tener en cuenta que lo que pudo escribirse
también pudo quemarse cuando lo mandó hacer Diocleciano con todos los escritos
cristianos de cualquier naturaleza; tampoco ha de extrañar que desaparecieran,
de haber existido, con la acción destructora del tiempo (y aquí se estaría
hablando del espacio de veinte siglos). También debe quedar claro que lo
sobrenatural –en este caso se trataría de una traslación o de
una bilocación– no ha de negarse ni afirmarse solo por el hecho subjetivo
de que a alguien le parezca verosímil o inverosímil; ocasiones hubo y no pocas
en que fue así, teste historia. Una cosa más. ¿Es necesario dejar por escrito
como testimonio para la posteridad algo que se posee pacíficamente como verdad?
Ni siquiera los archivos civiles que aseguran la referencia de la paternidad
existieron desde siempre, y no por ello nacen los hijos sin padre conocido;
perdón, sin padres conocidos.
El
día que se celebraba en España la fiesta de Nuestra Señora del Pilar fue el
mismo día en que la voz de Rodrigo de Triana dio el grito de ¡Tierra! Lo oyó el
Almirante y sosegó a los hermanos Pinzón. Ponía fin aquella voz a la
desesperación y al agotamiento del peregrinaje por el mar, cuando parecía a
todos los expedicionarios que estaban abocados a la perdición sin remedio. La
empresa, financiada desde España y mandada por el Almirante Colón, descubrió el
12 de octubre de 1492 para el mundo viejo una tierra nueva desconocida e
inmensa. A la acción de gracias siguió la evangelización de sus gentes. A los
indios llegó el Padrenuestro, la Salve, la lengua, la cultura, la fe en la
Madre de Dios.
La
fiesta vieja de España, honrando a la Virgen María del Pilar, por ser Ella y
por vigilar su evangelización, se ensancha en Hispanidad nueva, por ser Ella y
por velar por la extensión del Evangelio de su Hijo.
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