Tres profetas de Adviento, por Pedro Miguel Lamet

Comenzamos el año litúrgico con el Adviento (apócope de ad-venimiento), una época que siempre me ha fascinado. El hombre, herido por la estrechez a la que él mismo somete su ego, descubre la limitación, el miedo, el dolor, el sinsentido, por lo que vuelve a gritar a su creador buscando, suplicando que de nuevo le envíe u rayo luz. . Desolado por la experiencia del sufrimiento, el hambre, la violencia, la guerra, la soledad y el miedo, vuelve sus ojos ansiosos hacia el cielo. 

A mi entender el Adviento es el tiempo que más se adecúa a nuestra existencia actual. Queremos intuir, si no comprender cabalmente, por qué estamos aquí a dónde se dirige esta flecha en apariencia absurda, “pasión inútil” para los existencialistas, que parecemos ser. Los judíos que ya tenían el privilegio de atribuir la creación a un Dios único, esperan un Mesías, piden a los cielos que “rocíen” al justo, intuyen con los profetas la venida de un salvador, nacido de una muchacha en debilidad y pobreza, que nos rescate del desastre. Y va a venir, nos dirá la Buena Nueva, directamente del seno de Dios mismo, del amor que se profesa la comunidad divina que, prexistente en familia trinitaria, va a pronunciar el Verbo que se hará carne, hombre.

En mi libro de poemas LA LUZ RECIÉN NACIDA, dedico un soneto a cada uno de los tres profetas del Adviento, que van apareciendo en las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico:


ISAÍAS

Mirad, la joven está en cinta y dará a luz un hijo… Porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo, consejero maravilloso, príncipe de la paz (Is. 7, 14; 9, 4-5)


Él miraba a lo lejos una tarde
el horizonte rojo de temblores
y el asirio imperio en los horrores
que avanza, mata, arrasa,  hiere y arde,

empuñando la espada del cobarde.
Cuando una luz deshace sus dolores
y de la sangre brota entre las flores
una visión de paz como un alarde:

¡No temas más, que ya amanece un sueño:
un hijo trae la luz sobre la tierra,
un niño se os dará, la joven madre

ya está en cinta  y en su seno encierra
el sendero  de amor con que se abre
al mundo  un Dios que anhela ser pequeño!






JUAN EL BAUTISTA

Voz que clama en el desierto: ¡Preparad  el camino del Señor, enderezad sus sendas! (Mt. 3,3).


Si pudiera ser piedra en el camino,
si humilde valle junto a la montaña,
si simple flauta cortada de una caña
y flor oculta que esconde su destino,

si pesara aún menos que un comino
que a nadie importa , pie  que acompaña,
una voz que resuena  de la entraña
del desierto y apunta a lo divino,

podré gritar que vienes, que andas cerca,
bautizar con el agua de este río
que fluye sin quedarse y va derecho

a ese  mar que eres tú, oh Señor mío,
que vienes a  regar nuestro barbecho.
¡Quiero ser solo el cubo de tu alberca!





 MARÍA

Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. (Lc 1, 31)
 Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. (Lc 1, 31)
Cuando contemplo el brillo de mi aldea
bajo el sol que se ríe con la fuente,
o el trigo que se mece blandamente
y promete nacer mientras verdea;

cuando escucho a José que carpintea
una cuna de olivo, oigo a la gente
que me sabe feliz porque presiente
una ola de luz con tu marea…,

cierro los ojos y palpo tu presencia
en este santuario de mi seno.
Oh, mi Niño, te siento en mi regazo,

y te escucho latir con la querencia
de un vacío que nunca estuvo lleno,
y un mundo desvalido sin tu abrazo.       




El alegre cansancio: Tres profetas de Adviento

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