Comenzamos el año litúrgico
con el Adviento (apócope de ad-venimiento), una época que siempre me ha
fascinado. El hombre, herido por la estrechez a la que él mismo somete su ego,
descubre la limitación, el miedo, el dolor, el sinsentido, por lo que vuelve a
gritar a su creador buscando, suplicando que de nuevo le envíe u rayo luz. .
Desolado por la experiencia del sufrimiento, el hambre, la violencia, la
guerra, la soledad y el miedo, vuelve sus ojos ansiosos hacia el cielo.
A mi
entender el Adviento es el tiempo que más se adecúa a nuestra existencia
actual. Queremos intuir, si no comprender cabalmente, por qué estamos aquí a
dónde se dirige esta flecha en apariencia absurda, “pasión inútil” para los
existencialistas, que parecemos ser. Los judíos que ya tenían el privilegio de
atribuir la creación a un Dios único, esperan un Mesías, piden a los cielos que
“rocíen” al justo, intuyen con los profetas la venida de un salvador, nacido de
una muchacha en debilidad y pobreza, que nos rescate del desastre. Y va a
venir, nos dirá la Buena Nueva, directamente del seno de Dios mismo, del amor
que se profesa la comunidad divina que, prexistente en familia trinitaria, va a
pronunciar el Verbo que se hará carne, hombre.
En mi libro de poemas LA LUZ
RECIÉN NACIDA, dedico un soneto a cada
uno de los tres profetas del Adviento, que van apareciendo en las lecturas de
los domingos de este tiempo litúrgico:
ISAÍAS
Mirad, la joven está en cinta y dará a luz un hijo… Porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo, consejero maravilloso, príncipe de la paz (Is. 7, 14; 9, 4-5)
el horizonte rojo de temblores
y el asirio imperio en los horrores
que avanza, mata, arrasa,
hiere y arde,
empuñando la espada del cobarde.
Cuando una luz deshace sus dolores
y de la sangre brota entre las flores
una visión de paz como un alarde:
¡No temas más, que ya amanece un sueño:
un hijo trae la luz sobre la tierra,
un niño se os dará, la joven madre
ya está en cinta y en
su seno encierra
el sendero de amor
con que se abre
al mundo un Dios que
anhela ser pequeño!
JUAN EL BAUTISTA
Voz que clama en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas! (Mt. 3,3).
Si pudiera ser piedra en el camino,
si humilde valle junto a la montaña,
si simple flauta cortada de una caña
y flor oculta que esconde su destino,
si pesara aún menos que un comino
que a nadie importa , pie
que acompaña,
una voz que resuena
de la entraña
del desierto y apunta a lo divino,
podré gritar que vienes, que andas cerca,
bautizar con el agua de este río
que fluye sin quedarse y va derecho
a ese mar que eres
tú, oh Señor mío,
que vienes a regar
nuestro barbecho.
¡Quiero ser solo el cubo de tu alberca!
MARÍA
Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. (Lc 1, 31)
Cuando contemplo el brillo de mi aldea
bajo el sol que se ríe con la fuente,
o el trigo que se mece blandamente
y promete nacer mientras verdea;
cuando escucho a José que carpintea
una cuna de olivo, oigo a la gente
que me sabe feliz porque presiente
una ola de luz con tu marea…,
cierro los ojos y palpo tu presencia
en este santuario de mi seno.
Oh, mi Niño, te siento en mi regazo,
y te escucho latir con la querencia
de un vacío que nunca estuvo lleno,
y un mundo desvalido sin tu abrazo.
bajo el sol que se ríe con la fuente,
o el trigo que se mece blandamente
y promete nacer mientras verdea;
cuando escucho a José que carpintea
una cuna de olivo, oigo a la gente
que me sabe feliz porque presiente
una ola de luz con tu marea…,
cierro los ojos y palpo tu presencia
en este santuario de mi seno.
Oh, mi Niño, te siento en mi regazo,
y te escucho latir con la querencia
de un vacío que nunca estuvo lleno,
y un mundo desvalido sin tu abrazo.
El alegre cansancio: Tres profetas de Adviento
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